ANALFABETISMO POLITICO
Una de las exigencias más importantes de la sociedad
contemporánea es que todos los seres humanos de una u otra forma estamos obligados
en mayor o menor medida a relacionarnos con la política en diferentes niveles.
El término que encabeza este artículo hizo eco en mí recientemente, cuando
buscaba soluciones para las numerosísimas situaciones de malestar que vivimos
los venezolanos. Pensaba en un tipo de campaña que desnudara la realidad
política venezolana y tomara en cuenta aquellos para quienes el tema no forma
parte de los quehaceres de su vida y en cierto modo no les resulta familiar,
pues lo más cerca de la política donde pueden
ubicarse es cuando ejercen el derecho al voto, o cuando usan algún servicio
público que implique una política pública. Es decir, como en casi todos los
países, es posible que los ciudadanos mantengan distancia del ejercicio de la
política más allá del voto. Por supuesto, si profundizamos en la vía argumental
que llevamos desembocaríamos en el tema de la democracia representativa y la
democracia participativa y esto no es lo que pretendo tocar. Ya en otros
artículos por venir con seguridad vamos a referirnos a este.
El tema es “la política en relación con el ciudadano”.
Y en esa relación necesariamente el ciudadano no puede quedarse a una distancia
que considere cómoda con respecto a la política. Quien no se adentra en esta vinculación,
por mantenerse al margen, es a quien se
le denomina “analfabeta político”. Entiendo que hay bastante dificultad en
distinguir categorías y especies en lo político. El panorama se complica aún
más cuando encontramos relación entre la política y el derecho, hecho que es
muy común. Si cada ciudadano no hace su esfuerzo en comprender, en definir, en
atribuir características, en separar elementos para determinar consecuencias
sobre una u otra opción, o una u otra definición, el resultado no se hará
esperar. Todavía es más enredado, cuando aparecen en la ecuación los disfraces,
aquellos que encubren las acciones que utilizan los políticos para enmascarar
sus acciones. Por ejemplo, el populismo es un disfraz de la conducta para que
su acción sea considerada en la opinión pública, en la sociedad y en el pueblo
como una conducta positiva y dirigida a beneficiar una parte importante de los
ciudadanos del Estado cuando en realidad lo que está buscando ese político, es
lograr adhesiones y respaldos para sí
mismo. Otro ingrediente parecido al populismo se observa cuando vemos en el
político la ambición desmedida y desbocada por el poder. Allí en este último
caso el político se envilece, deja de ser persona, es como esos seres humanos que se enferman de
ludopatía, o se convierten en mitómanos, es el momento cuando el ciudadano común debe
aprender a detectar si el político está
aquejado de esta enfermedad. Sin embargo, el detalle y el trajín en la
observación colaborarán para establecer con mayor exactitud otro tipo de
dolencias que conseguimos en los políticos, aquellos que disimulan con maestría y gracia ese deseo
desmedido de poder que corroe su espíritu y razón, disimulo que provocará en
cada ciudadano al menos una duda que favorecerá a quien encubre esa codicia por
el poder político.
Alfabetizarse políticamente es necesario para no ser
engañados, ni como individuos ni como pueblo. Alfabetizarse políticamente es
aprender a distinguir entre el bien y el mal aunque la decisión que deba
tomarse sea muy difícil aun con el riesgo de cometer errores, aunque el
analfabeta político esté mucho más propenso a cometerlos que quien no.
Si miramos las decisiones, para alfabetizarnos también
debemos llevar a cabo actos de la voluntad, pues ya alfabetizados nos
comprometemos a llevar conductas dentro del bien y no a favor del mal.
Alfabetizarse políticamente es dar un paso a favor de
la libertad para decidir lo correcto y no llevar a cabo lo incorrecto. Por
ejemplo no hay manera de tomar decisiones políticamente correctas que violen o
menoscaben los derechos humanos. Tampoco es correcto tomar decisiones políticas
que restrinjan la libertad que tiene cada ciudadano para decidir lo que quiere
ver en los medios de comunicación y más cuando se trata de la televisión. Si ya
estamos alfabetizados políticamente el Estado no puede tomar decisiones que
sustituyan la voluntad de los individuos pues el ciudadano alfabetizado sabe qué
conviene y qué no. Por supuesto si pensamos en el mundo de las opciones
políticas en Venezuela, el paternalismo exagerado del Estado o lo que se
denomina de manera técnica “estatismo” sería otra enfermedad de los políticos, la
cual se proyecta en las instituciones que
corren el riesgo de mimetizarse con la personalidad del político.
Con respecto al estatismo es justo afirmar que se
configura cuando el Estado posee funciones absorbentes, y se vuelve tan
importante que trastoca los valores individuales fundamentales. Con esto quiero
afirmar que el Estado posee una importancia singular en la sociedad moderna
pero como todo en el derecho y en la política el concepto de Estado debe
mantener un equilibrio que respete la individualidad como esencia fundamental
de la sociedad. No es posible pensar en la sociedad sin su elemento fundamental
que es la familia y tampoco referirnos a ella sin pensar en el individuo.
Para finalizar en Venezuela en las últimas dos décadas
la importancia del individuo se ha venido a menos, su espacio de movilidad es
mínimo; las ideologías socializantes, que buscan preponderancia del colectivo por
encima del individuo, abarcan todos los espacios y esto ha causado un
desequilibrio que de manera protuberante perturba y enceguece el libre
desenvolvimiento de la persona.
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